Yasser Zola (Chiclayo, 1982) es bachiller en economía. Actualmente vive en Lima y trabaja como gerente en una consultora tributaria. Tiene publicado un cuento dentro de una antología realizada por Petroperú y forma parte del colectivo Mono Milenario.
El TRATO
-Jefferson, es una gran oferta. Tienes 21 años. Saldrás rápido y pondrás tu negocio. Aquí no ha pasado nada malo. Ha sido un accidente nomas.
Desde la puerta del dormitorio solo puede observar las delgadas piernas con sandalias de taco.
-Tú nos conoces. Conoces a mi hermano. Es un tipo tranquilo. Pero esta putita ha querido robarle. Los dos han forcejeado, y al resbalarse ella se ha golpeado la cabeza. Eso fue todo.
Recuerda ver entrar al Sr. Bernardo, dueño del departamento, a su hermano, quien le ha hecho la propuesta, a un amigo de ellos y a tres chicas. Dos horas después, salieron todos, excepto el Sr. Bernardo y una de las chicas. Después de una hora regresó el hermano. Un juego confuso. Esa es toda la información que tiene.
-Conoces a mi hermano. Es un huevonazo. Está en el estudio llorando. ¿Lo escuchas? Jefferson, una situación como esta lo destruiría; a él y a mi madre. No hay tiempo. Las amigas de la chica están de regreso de la discoteca. El dinero en la mesa es una pequeña parte. Mañana mismo entrego el resto a tu mamá o a tu hermana, como tú decidas.
No puede creer que esté muerta. Necesita comprobarlo. Desde que lo llamaron para que suba al departamento, se ha quedado en el mismo lugar mirando la mitad del cuerpo en el baño del dormitorio. Duda de lo que escucha. Piensa en las bromas que salen en los televisores de los bancos. Desea que esto también lo sea. Se acerca al baño con aprensión.
-Jefferson, no pasa nada. A lo mucho saldrá una pequeña noticia mañana. Luego la gente se olvidará del tema. Tranquilo nomás. Vas un tiempito a la cárcel y sales con plata. Menos de ocho años. Estas cosas son muy comunes. Soy abogado y sé de estas cosas. Estaremos contigo. Ya tienes un pequeño adelanto. Nadie te está engañando. ¿No te prestó mi hermano por lo de tu mamá? Sabes que tenemos la plata. Y luego la tendrás tú.
El cuerpo es una muñeca fatigada. Las palabras de su interlocutor llegan dispersas. Homicidio culposo. Más palabras. Plata, la palabra más fuerte. Toma el brazo de la chica por la muñeca, como en las películas. No está frio pero no encuentra el pulso. Confesión sincera y buen comportamiento, menos años aún. Ahora el cuerpo es un hoyo por el que podrían caer él y todas las cosas de este departamento.
-Jefferson, la plata. No te olvides de eso. La necesitas. ¿Vas a trabajar toda tu vida de portero como un cojudo? Todo esto te conviene.
Jefferson mira el cuerpo hecho oportunidad. Despide imágenes que solo él puede ver: los largos trayectos hacia el trabajo, la educación interrumpida y la diabetes de su madre. Puede escuchar la voz de su primo abriéndose paso en su cabeza: “Acepta pes huevón. ¿Qué tienes tú? Ni chucha”. Jefferson dice “sí” desde un espacio que no es el presente. Jefferson dice “quiero” sintiendo que sus palabras no dejan de escucharse, de estirarse, una vez pronunciadas.
-Con esto estas ganando. – tendiéndole la mano por primera vez – Te ayudas a ti mismo. – revisa un mensaje de su celular y agrega – Ya están cerca. Vamos a repasar lo del accidente, pero para que sea creíble tienes que tener rasguños. Acércate a ella como si la fueras a abrazar.
Jefferson se arrodilla. Por el rostro inanimado, calcula que la chica debe tener unos pocos años más que él. El abogado inclina el cuerpo y toma los brazos. Domina el cuerpo como un pesado disfraz. Clava las uñas de la chica en los brazos de Jefferson y los desliza en la piel. Jefferson desvía la mirada y se fija por primera vez en los azulejos del baño. Son tan blancos que parece que fueran a reventar.
-Jefferson, termina de abotonarle la blusa. Voy a traer sus cosas.
Jefferson quiere aprovechar el momento y susurrar a la chica que despierte. Que se levante y arme un escándalo. Sacude el cuerpo tomándolo de los hombros. Le molesta que no reaccione, que lo haya puesto en esta posición. Las mañosas tienen mal fin, acostumbra a decir su primo. Al abotonar la blusa y ser consciente del pecho de la chica, siente un cosquilleo en el pene. Tócale las tetas pajero, diría su primo. El estruendo del timbre lo alerta. Se da cuenta que es la primera vez que lo escucha de este lado.
El abogado llega con una casaca y una cartera que late. Es la vibración del celular. Tira los objetos al suelo cerca del cuerpo. Parece como si hubieran reconocido el cuerpo, buscando refugio en él.
-Jefferson ya están abajo. Va a armar todo un chongo y luego llegará la policía. Todo esto tiene que pasar. No te preocupes. Recuerda: mi hermano estaba discutiendo con esta mujer, yo llegué para calmar las cosas y finalmente te llame para que la saques del departamento porque se había encerrado en el baño. Forcejeaste con ella. Se resbaló con esos zapatos de puta, y se golpeó la cabeza en el lavatorio.
Jefferson recrea los hechos en su cabeza. Un cuento que no es para niños. ¿Así de fácil se puede manipular la realidad? El también quisiera meter sus manos en ese líquido espeso y modificar los acontecimientos. No haber venido a trabajar hoy. No haber pedido prestado dinero a nadie. No haberle pedido a su primo que le consiguiera este trabajo.
-Jefferson voy a llamar a una ambulancia. Tu no hagas nada ahora. Todos los demás harán lo que tienen que hacer, tu solo tienes que decir: ella no quería salir, la jalé, y se resbaló. Repítelo.
Las palabras prefabricadas salen de la boca de Jefferson, jaladas por el abogado a través de un hilo invisible. Pero de inmediato, Jefferson se sorprende preguntando: ¿Y si no me creen?
-De eso me encargo yo. Ahora déjala en el suelo.
Es la voz de un animal. Ahora el abogado es otra persona. Sus ojos ya no parecen tan claros. Jefferson titubea en el umbral de este teatro. Recién se percata del olor a alcohol que sale de la boca de la chica. ¿Se puede oler a algo habiendo muerto recién? Y si se retractara y se embarcara en su bus de todas las noches. No seas rosquete, diría su primo. Llegaría a su barrio donde todos lo conocen, donde lo han visto jugar futbol y pelearse en alguna fiesta. Entraría a su casa y se zambulliría en la cama materna. Entre el vientre cálido y la pared helada. ¿No querías ser el hombre de la casa? Le retaría su primo. Jefferson muerde su labio inferior hasta sentir el hierro en su boca. Sus manos aun aferradas a la chica. Durante un segundo suspendido, Jefferson siente que el destino está a punto de embestirlo.