Ana María Esparza
anamaria.e.c2798@gmail.com
Recientemente me digné a ver Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010), un film que me fue recomendado innumerables veces y que tiene por lo menos una cantidad considerable de reseñas en internet. Antes de verlo, revisé un par de comentarios de los usuarios de la página web, fmovies.to, y el término más popular entre aquellos fue “she’s such an ungrateful bitch», refiriéndoselo a la actitud repleta de desgano de Cindy (Michelle Williams) y el romanticismo de Dean (Ryan Gosling); lo cual, sin dudas, me acercó más a considerar la película.
En el film, Ryan Gosling y Michelle Williams interpretan a una pareja casada: Dean y Cindy, junto con una hija llamada Frankie. Él pinta casas y ella es enfermera. Dean parece ser un padre presente; sin embargo, poco después podemos ver cómo se ha quedado estático en el ámbito laboral: su aspecto físico luce desmejorado y ha adquirido una gran (y única) afición por el consumo de cerveza. Cindy, por su parte, es una una mujer repleta de fatiga y hastío que se desenvuelve con letargo en medio del desorden perpetuo que parece ser su vida diaria. A primera vista, ella encarna el descontento y la impasibilidad de la monotonía en su máxima expresión.
La relación tiene un inicio turbulento y desacompasado; Dean es introducido de forma un tanto solapada puesto que sus tendencias impulsivas, e inclusive un tanto obsesivas, son romantizadas en forma de subterfugio para generar una relación originada en la insistencia de Dean, quien queda embelesado frente a Cindy. Tres semanas después del primer encuentro con este, Cindy se encuentra embarazada producto de la relación previa a Dean y busca practicarse un aborto. Finalmente, ella se arrepiente y Dean ofrece hacerse cargo del embarazo sin consideración alguna.
A primera vista, Dean salvó a Cindy en cierto sentido. Ella se encontraba en una relación primordialmente física con un deportista local que la maltrataba y, a su vez, estaba dominada en casa por un padre abusivo y una madre sumisa. Con la única persona con la que parece que Cindy tiene una relación sana es con su abuela, quien en ciertos momentos es su confidente.
Cianfrance estructura la narrativa del film entre lo que podría ser el final de este matrimonio y el principio del mismo, dejándonos una zona media no resuelta, cuando la repulsión supera e inclusive reemplaza la atracción dentro un matrimonio deteriorado. La fragmentación narrativa se suaviza con pistas de la banda sonora: canciones que sangran del pasado al presente y viceversa, pero el dispositivo al mismo tiempo subraya las disparidades: la ternura se convierte en amargura, la frustración refracta la confianza.
Gradualmente, Dean pierde estatura, mientras que Cindy, se convierte en la verdadera protagonista de la película. Cianfrance interrumpe años después, cuando Dean espera reavivar el matrimonio y reserva una habitación a la pareja en un motel temático, donde están instalados en la «Sala del Futuro» iluminada de azul. Es solo desde la perspectiva del futuro que detectamos una calidad compulsiva, incluso aterradora, en Dean. Él, pseudo-romántico de la manera más burda, perezosa e inútil, cree que todo lo que se necesitará para arreglar su matrimonio es una larga noche de alcohol y sexo. Ella, una mujer trabajadora y ambiciosa se encuentra contrapuesta frente a un hombre contento con que su trabajo le facilite permanecer intoxicado todo el día. Finalmente, Cindy dice lo que la ha estado carcomiendo: Dean no va a ninguna parte.
Únicamente mediante una perspectiva en la que tengamos la capacidad de analizar los hechos en retrospectiva podremos darnos cuenta con claridad de aquellos elementos nocivos en la relación. Las mismas cosas que están bien sobre ellos en ese entonces, están mal años más tarde. Ninguno puede leer al otro de forma adecuada, el espacio de pareja se vuelve un mecanismo de defensa respecto de los problemas y frustraciones propias. Permanecer con el otro llega a tener un significado ambivalente puesto que se distorsiona en una manera de autoflagelación y a la vez castigo hacia el otro.
Con el pasado nos damos cuenta de cuán compleja y desordenada fue la situación cuando se juntaron, y cómo la decisión de formar una familia de una manera horriblemente apresurada simboliza, perpetúa y condena la miseria actual en la que se encuentran ambos; aunque, cabe recalcar que Cindy es quien está ahogándose. Nadie tiene la culpa directa y, sin embargo, la culpa se cierne sobre todo como una niebla con propiedades gravitacionales similares a las de un agujero negro en donde el único resultado posible es la destrucción.
Lo más sorprendente en el corte entre las escenas pasadas y presentes no es lo diferentes que son, sino la similitud: intentando complacer a Cindy en la ducha lúgubre de la Sala del Futuro, él se arrodilla, pero ella rechaza este gesto, tal vez recordando su vida sexual anterior (Dean se acercó a ella, donde un novio anterior prefería tener sexo con mayor rudeza). La canción que una vez escucharon por primera vez, es bailada con algo de turbación en un motel pagado con un cupón. El color azul se encuentra presente en ambos espacios temporales; al inicio, como una luz que guía y acompaña a ésta pareja y después, como este manto lúgubre que ilumina la habitación tiñendo tanto el semblante, el ánimo y el recorrido de nuestros protagonistas.
Resulta reconocible que el razonamiento detrás de la ruptura de la pareja no sea elaborado. Una vez más, el guión habla sinceramente de estas situaciones en que la razón es conocida y desconocida, difícil de elaborar. Cuando Dean le pregunta qué puede hacer para cambiar o qué quiere Cindy de él, su respuesta de «No sé» no es cautelosa, sino trágica.
Cindy no es “una zorra desagradecida” y Dean no es un “romántico empedernido” tratando de salvar su matrimonio. Cindy es víctima de las circunstancias y Dean es alguien que, mientras arrastraba sus propios problemas, le ofreció una solución temporal cuando tenía como interés principal satisfacer sus deseos. No estoy tomando una postura determinista con lo anterior, ambos eran conscientes de sus actos más no de los efectos a largo plazo. Las razones por las que la pareja fracasa, estaban presentes en los primeros meses de la relación solamente que cada uno vió lo que necesitaba; un paliativo en el otro, eficiente en el momento pero inútil luego de un tiempo.
Blue Valentine es lo suficientemente inteligente como para saber que no hay una respuesta para nada. Y a medida que la última escena se desvanece y los fuegos artificiales explotan sobre la brillante secuencia de crédito de cierre nos encontramos con una iconografía precisa que describe con total acierto la historia de éste matrimonio.
Se ha dicho que Blue Valentine es un film monótono. No estoy totalmente en desacuerdo, aunque creo que su monotonía opresiva evoca la disolución de un matrimonio sorprendentemente bien. Y, aunque los roles de género se invierten a medida que se exponen los personajes, y cada vez son más fijos y a veces inquietantes; su cercanía y desconexión simultáneas, su atracción mutua y su renuencia hacen que el film sea tanto atractivo como frustrante. Repetidamente, el final de la pareja es discernible en su comienzo: la miseria. Blue Valentine se esfuerza por pintar esa sombra de soledad y miedo que lleva a muchos al matrimonio, solamente para encontrarse más solos, asustados y desdichados que nunca.